La Primera Vez Que La Ví

Capítulo 11

Capítulo anterior Epílogo

Fueron meses difíciles.
Aún la amaba. La amaba tanto que sin darme cuenta fui ce-diendo a todo lo que me pedía. Ya no salía sin su permiso y, poco a poco, dejé de frecuentar a Ricardo, a Lorena y a los demás. Pronto, ellos también se cansaron de intentar verme.
Los dos sabíamos que esto no estaba funcionando y aun así seguimos adelante con un caballo que había muerto al segundo mes. Cada noche llegaba a mi casa, respiraba hondo y contenía la respiración para que las lágrimas desaparecieran. Me encontraba con constantes dolores en el pecho y dificultad para respirar, a pesar de que el médico me dijera que mi condición física era exce-lente.
Una parte de mí, la que aún pensaba racionalmente, me susu-rraba que debía dejarla. Pero la otra parte me gritaba que, al ha-cerlo, Winona dejaría de existir. ¿Valía la pena estar encerrado y vigilado todo el tiempo? Mi vida había pasado a un segundo plano. Lo único que ocupaba mi mente era procurar el bienestar de Winona y en cuidar mis palabras para no provocar sus celos…
Extendí mi mano, llena de cortaduras. Reí amargamente al pensar que mi abdomen seguro también estaba lleno de cicatrices que ella me provocó.
Varias veces me encontré a mí mismo leyendo sobre relacio-nes abusivas, pero lo único que encontraba al respecto era acerca de mujeres víctimas y las asociaciones que se encargaban de pro-tegerlas y darles una nueva vida…
Me pregunté si esas asociaciones me escucharían al decirles que yo era una mujer con pene.
Un día, Winona pareció darse cuenta de lo retorcido que era esto. Su terapista le dijo que tenía que dejar ir todo lo que le hicie-ra mal… Y me dejó ir. Era un adiós que no sabía cómo procesar. Ella se fue hacia el otro lado, sin mirar atrás y con la frente muy en alto. ¿Y yo? No podía dejar de mirar a todos lados por miedo a que fuera una de sus tantas pruebas y me estuviera vigilando. Y, cuando me di cuenta de que no era así, pude respirar…
Cuando respiré, algo me golpeó fuerte en el pecho, una y otra vez hasta que caí al suelo. La gente a mi alrededor no reparó en mí o pretendieron no hacerlo.
La horrible verdad se cernía sobre mí.
Ya no tenía una razón para levantarme a correr por las ma-ñanas.
Mientras ella seguía alejándose, yo seguía pensando en tiem-pos más felices. Cuando iba a verla tocar, cuando escuchábamos música juntos, todo el tiempo que pasábamos abrazados y jurán-donos amor eterno… Maldita sea, yo incluso tenía una sortija guardada…
Yo estaba solo de nuevo.