La noticia me cayó como un balde de agua fría; me quitó la respiración y me caló los huesos. Pero era como si yo hubiera es-tado todo este tiempo viendo el balde sobre mí… Y, aun así, no podía parar de temblar. Ya casi nadie leía el periódico, estábamos en pleno 2017. Ojalá no lo hubiera leído esa mañana.
Todos a mi alrededor me miraban, preguntándome si estaba bien, pero solo atiné a levantarme de mi asiento y apartarlos a todos para irme de ahí.
Nunca me consideré un hombre reservado. Pero no dije na-da a nadie. Corrí hasta poder encerrarme en mi cuarto, corrí el cerrojo y me dejé caer hasta sentarme en el suelo, apoyándome contra la puerta. No lloré.
Mi exnovia se suicidó. Se ahorcó en vivo, transmitiendo el espectáculo por Facebook, leyendo los comentarios de los graso-sos etiquetando a sus amigos. Ella esperaba que yo lo viera cuan-do ella misma sabía que no soporto la tecnología.
Ella fue la que decidió terminar conmigo, entonces, ¿Por qué lo hizo?
Reuní fuerzas para levantarme y caminar hasta el escritorio vacío. Deseé que hubiera estado ocupado con uno de esos orde-nados portátiles que eran tan populares.
No me sentía triste. No me sentía feliz. No sentía nada más que un nudo en la garganta. Ella había decidido terminar conmi-go. Era la persona más sensata que conocía; todo el tiempo con los pies sobre la tierra, alegre, sociable, extrovertida, con muchí-simo talento para la música y los estudios. No recuerdo ni una so-la vez haber visto deprimida a Winona. No recuerdo haber visto a alguien con más ganas de vivir y de triunfar que Winona. Todo en su vida estaba en su lugar. Tenía muchos amigos y toda su fa-milia la adoraba…
Sencillamente, ella era feliz. O, al menos, ella parecía feliz.
Me llevé las manos a la cabeza y miré de soslayo mi habitación.
Ella era feliz.
Yo no.
Ella se suicidó.
Yo no sé qué más me queda.